Presentación
Un tesoro vivo
La visión actual de esta catedral nada tiene que ver con el aspecto que tuvo hace siglos, pues este edificio era un espacio en el que imagen y color estaban al servicio de una parafernalia litúrgica cuyo fin no era otro que el de cautivar al fiel. Sus muros parlantes, repletos de formas y colores, se acompañaban de imágenes y retablos, construcciones efímeras para celebraciones especiales y tapices y colgaduras que cubrían capillas y altares.
El proceso de restauración arquitectónica que se está llevando a cabo en esta catedral no permite, por el momento, recuperar todas las obras de arte mueble que formaban parte de este conjunto. Tan solo se ha seleccionado un pequeño grupo de piezas selectas para vestir parcialmente este edificio y poder reanudar su vida religiosa y cultural. El resto de los objetos se encuentran a buen recaudo en museos y otras instituciones.
En el plan director de restauración establecido allá por 1999 ya se contemplaba la recuperación y el estudio de todo el conjunto mueble. Para ello, se planteó un proyecto interdisciplinar en el que se contó con diferentes especialistas para poder inventariar, catalogar y valorar el estado de conservación de todo este patrimonio. Esto nos ha permitido descubrir muchos aspectos desconocidos de la historia mueble de este edificio e ir poco a poco restaurando las obras más necesitadas, lo que ha servido para revalorizar todo este rico conjunto artístico.
Nuestra actual catedral ha sido siempre fiel reflejo de la sociedad y de la historia de esta ciudad y como tal en ella han estado presentes los distintos estamentos sociales de cada momento. Su construcción y todo su ajuar artístico son el resultado del esfuerzo y la participación colectiva de toda la sociedad, así como de la fe sentida y vivida por los fieles. Sus obras de arte además de embellecer y potenciar la magnificencia de la propia iglesia tuvieron una dimensión religiosa y litúrgica, que buscaba transmitir el mensaje del Evangelio y conquistar al creyente. El mejor ejemplo lo tenemos en las magníficas portadas monumentales que jalonan las entradas de esta catedral y reciben al recién llegado. El pórtico occidental es uno de los grandes logros artísticos de la escultura monumental del siglo XIV en España. Su función didáctica y doctrinal buscaba transmitir mensajes religiosos y sociales a los visitantes, convirtiéndose así en tránsito entre el espacio profano y el sagrado.
Esta antigua colegiata ocupaba un lugar de referencia entre las iglesias del entorno. Disponía de un poderoso y nutrido Cabildo que procuró siempre enriquecer y beneficiar a su iglesia con abundantes regalos de obras de arte y otras aportaciones. Pero también los miembros de la élite social vitoriana buscaron reforzar su posición y prestigio a través del patronato de capillas particulares u otras fundaciones. Esos espacios particulares se convirtieron, por tanto, en el mejor escaparate público que las familias más destacadas pudieron tener, ya que allí se instalaba el escudo familiar, inscripciones, sepulturas y todas las obras de arte y ajuar litúrgico preciso para las celebraciones y aniversarios. Con ello se disponía de todo lo necesario para perpetuar la memoria de su linaje.
Gracias a la presencia de esas destacadas familias aún conservamos extraordinarios sepulcros de piedra como los de Martín de Salinas, Álvaro Díaz de Esquivel y su esposa Ana Díaz de Salinas, Cristóbal Martínez de Alegría, los Iñiguez de Vasterra o las figuras orantes de Gabriel Ortiz de Caicedo y su esposa Ana de Arana. También resulta de gran interés la lauda funeraria de latón de origen flamenco de Ortiz de Luyando y de su mujer Osana Martínez de Arzamendi.
Estas capillas particulares fueron espacios ostentosos con los que las familias competían unas con otras por dar la mejor y más rica apariencia. En este afán de destacar ante la sociedad vitoriana se optó por recurrir a importantes artistas para la confección de retablos, esculturas, pinturas u otros objetos litúrgicos o devocionales. Pero también fue muy habitual que los fundadores de la capilla o miembros familiares con puestos relevantes en importantes ciudades españolas y extranjeras enviaran obras deslumbrantes desde grandes centros de producción artísticos. Estas piezas fueron admiradas y envidiadas, pues solo tenían acceso a ellas las familias con personajes en el comercio, la administración, el gobierno o la carrera militar o religiosa de más alta representación. Una vez adquirido el éxito y bien asentados económica y socialmente, dejaban huellas del mismo ante la ciudad que les vio nacer, aprovechado las capillas familiares o fundando otras que demostraban su estatus y el de sus propias familias. Esto facilitó la llegada de obras importadas de valor inestimable que han llegado hasta nuestros días y forman parte del ajuar más excepcional de la catedral.
De entre estas piezas importadas destaca el retablo de origen flamenco dedicado al Dulce Nombre y enviado por Juan Alonso de Gámiz, canciller y capellán de Carlos V. Otras obras excepcionales también mandaron a su capilla del Santo Cristo los hermanos Galarreta, secretarios de estado y de guerra en Flandes, de donde trajeron el cuadro de la Lamentación sobre Cristo muerto atribuido al pintor flamenco Gaspar de Crayer y un importante relicario regalado por Claudia de Lira. El destacado jurista de la Real Audiencia de México, Francisco Antonio González de Echávarri legaba a su capilla de Santiago una pintura de la Guadalupana y una exquisita custodia portátil, muy admirada a su llegada a Vitoria. También de origen americano es el excepcional Cristo de caña de maíz que debió adquirir en Sevilla Pedro López de Alday para su capilla de San Prudencio. No podíamos olvidar los lujosos conjuntos de ornamentos litúrgicos filipinos remitidos por el deán Francisco Díaz de Durana y destinados a las más destacadas ceremonias. También obras excepcionales importadas son la devota Virgen del Rosario de origen flamenco, la imagen de San Juanito de escuela sevillana o el excepcional Cristo de marfil de probable filiación oriental.
En este somero repaso a las joyas de la catedral no podemos olvidar todo el conjunto mueble de la sacristía, cuya restauración le ha devuelto el espíritu dieciochesco que había perdido tras las intervenciones sufridas a lo largo de los siglos XIX y XX. Es imposible olvidar la emblemática Virgen de la Esclavitud, una Andra Mari gótica que presidió durante siglos el retablo mayor de la catedral, hoy desaparecido, y que sigue siendo una imagen de gran devoción para los vitorianos. Sería injusto olvidarse de algunas piezas de gran valor artístico como el retablo de pintura realizado por el artista madrileño Francisco Solís hacia mediados del siglo XVII, la pintura de la Aparición de la Virgen a San Benito de las mismas fechas atribuido al pintor flamenco Pedro de Obrel o la enigmática Santa Ana con la Virgen Niña. También conservamos imágenes de exquisita factura realizadas por artistas locales como la talla de la Asunción del famoso 'santero de Payueta' Mauricio de Valdivielso, que preside la catedral como ya lo hiciera desde principios del siglo XIX.
El arte mueble por su condición portátil se ha visto más expuesto a sufrir modificaciones y a desaparecer por cambios de gusto, modas u otros motivos. Esta catedral no ha sido una excepción y a lo largo de su larga historia ha perdido infinidad de obras que jalonaban sus muros. No obstante, todavía conservamos un significativo tesoro artístico que, aunque todavía disperso por los trabajos de restauración que se están llevado a cabo, algún día volverá a vestir esta iglesia. Esperemos que este anhelo se pueda conseguir y la catedral recupere gran parte de su historia y su personalidad para que las futuras generaciones la puedan disfrutar en todo su conjunto y significado.